viernes, 12 de agosto de 2016


Poesía en la terraza


El próximo viernes 19 de agosto se realizará un nuevo encuentro del ciclo de lecturas "Poesía en la terraza".
Poetas de distintas generaciones se reúnen, una vez al mes, en la terraza del Conti, a pasos de su librería, para compartir una tarde de lectura y reflexión. Por segundo año consecutivo, el ciclo busca seguir consolidando al Centro Cultural como un espacio de encuentro y transformación -en este caso- a través del cuerpo y la palabra.
Participarán: Roberto Raschella (escritor e integrante de Ediciones La Yunta) , Julia Magistratti, Andi Nachón, Mariana Suozzo y Horacio Zabaljáuregui.
Música: Serkan Yilmaz
Entrada libre y gratuita.


martes, 12 de abril de 2016

Presentación "Parto, un tríptico" de Moira Irigoyen, por Gloria Peirano


La vida adora lo nuevo.
Moira me dijo esto hace poco, es una cita de una novela, creo que de Michael Cunnigham. Nos hemos citado mutuamente tantas veces lo que leímos, que ese entramado de lecturas y de escritores que recorrimos es como el vaivén de una hamaca que acompaña la amistad, paralelo, delicado. Muchos años atrás me leía por teléfono párrafos enteros de algo que acababa de descubrir. Edith Warthon, Lorrie Moore, Anita Brookner, y el listado atraviesa los años, ya se convierte inmediatamente en lejano vaivén de hamaca. Una vez me dijo: “la nuestra es una amistad fundamentalmente telefónica”. Sí, me dejó perpleja. Párrafos leídos por teléfono, un sábado a la mañana, un lunes a la tarde, antes de una fiesta, después de acostarse. No solo escritoras, sino también escritores. Pero fundamentalmente escritoras, en general inglesas o norteamericanas: Doris Lessing, Flannery O`Connor, Carson Mc Cullers.
Hace un tiempo ha cambiado la modalidad, ha virado hacia cierto minimalismo y me suelta frases que ha leído. Ahora usa el WhatsApp y se irrita un poco si, como dicen mis hijas, le clavo visto y no le contesto enseguida. Lo cierto es que yo permanezco un momento con la frase en la cabeza, suspendida en el impulso ascendente del movimiento, y después la conversación sigue por otros recorridos, y más tarde la vida propia también sigue por sus circunstancias, pero hay algo que permanece, varios días, hasta que se inicia el inevitable movimiento descendente, y luego se difumina, más tarde se deshace.
Que la vida adore lo nuevo es, claro, una buena noticia. Una noticia que ella me da, como si me mostrara de golpe, en mitad de un día trajinado, una naranja sagrada sobre su regazo, que me invita a contemplar. Convengamos que hay que tener una voz para leer párrafos o acercar frases de ese tenor. Hay que tener una voz para decir: “la vida adora lo nuevo”. Aquellos que queremos a Moira sabemos de la particularidad de su voz. Me refiero a su voz estrictamente física, que es aireada, ligeramente ronca, que estira las enes al final de las palabras como canción o Ninón. Tengo las suficientes horas de vuelo telefónicas y en presencia para encontrar los adjetivos que la describan y califiquen. Pero como en esas horas ella me leyó párrafos literarios, en honor a esa espléndida circunstancia de la vida, hablaré entonces del vaivén, específicamente. Todo aquello que uno puede hablar del complejo vaivén de una voz literaria poderosa, cercana, en el ajustado y preciso formato de la presentación de un libro.
“Han pasado varios días y los días, el tiempo, la experiencia del tiempo, ha ingresado en una zona distinta. Aquí las palabras tienen un régimen distinto, no las liga la cacofonía o la belleza, sino una exactitud que no deja de asombrarte, la precisión con que la materia se abre paso por el canal de la vida”, dice el narrador de Parto, el último relato y el que le da nombre al libro.
Parto, un tríptico, contiene tres cuentos de largo aliento. Ya en la extensión de cada uno se advierte la decisión de un fluir narrativo que apuesta al florecimiento de algo que se macera en la lectura, y que vuelve sobre sí mismo, como un vaivén, en el sentido en que Moira apuesta fundamentalmente a la forma del lenguaje, a una escritura en la que la trama funciona como impulso narrativo para, precisamente, permitir que se alcance y se desarrolle una voz. Una voz extensa, de intensidad notable, que circunda y merodea hasta rodearla, sin definirla nunca, la experiencia del tiempo. Diría: la experiencia femenina del tiempo. Diría más, ya que estoy: una experiencia femenina del tiempo que parece dialogar, para mí, con estos versos del poeta Mark Strand, que ella perfectamente podría haberme leído hace unos años:

Todos tenemos razones 
para movernos.
Yo me muevo
para dejar las cosas intactas.

La voz de estos relatos no delimita, no cierra, no ajusta, recorta hábilmente, para que parezca que no lo está haciendo y, por sobre todo, lo que defiende denodadamente, esa voz aireada y ronca, es el fluir. La voz se empeña en dar cuenta de aquello que fluye, de la percepción de lo que se mueve en el tiempo. Hay desplazamientos espaciales en los tres relatos, pero de lo que se habla fundamentalmente es del movimiento en el tiempo. Y aquello que la voz dice es que para que haya algo nuevo, para que siempre se configure, de alguna manera, la particular experiencia de lo nuevo, hay que moverse. En esto es implacable. La voz aireada y ronca se mueve no solo para dejar las cosas intactas, sino para inventarlas intactas. Tal vez ese sea uno de los gestos más profundos de la literatura que Moira y yo nos presentamos mutuamente, compartimos, discutimos, traficamos, en persona, por teléfono, por mail –hubo una época de mails casi diarios entre nosotras, “el formato mail”, como ella lo llamaba, “¿volvemos al formato mail, glorieta?”, me invitaba, en el formato conversación telefónica-, que nos une desde que éramos estudiantes de Letras. Además de presentar su libro hoy, quiero agradecer ese puente entre nosotras tendido permanentemente, como una marca de agua, sobre ese fluir.
“Hay que decir que Marcia siempre bautizó bien”, dice el narrador de Todos los gatos descienden de los faraones. “Cuando lo llamó Geniol a Geniol –eso tienen los nombres, cuando son buenos se incrustan a las personas como abrojos y ya no hay manera de separarlos- todos largamos la carcajada”.
Lo que la voz se empeña en dejar intacto y en inventar intacto es la posibilidad de la perturbación profunda, y para que la perturbación se produzca el movimiento no debe cesar. Ese imperativo parece constituir, como un destino o un sueño dirigido, a los personajes principales de los tres relatos: en Todos los gatos descienden de los faraones, Jorgito avanza hacia el pasado, de la mano de Marcia, hasta encontrar que ese pasado está cerrado –y esto es lo inesperado- delicadamente sobre sí mismo. En Su Majestad, el Océano, la protagonista narrada por una íntima segunda persona decide abandonarse a la intemperie, a cada detalle de una intemperie majestuosa en su crueldad, hasta cruzarse con el rostro de la muerte. En Parto, una mujer se sube a un avión y se va de viaje con su madre para vislumbrar el riguroso magma de su propia maternidad. Son personajes que, de algún modo, conservan una naturaleza original que se mantiene intacta, un papel asignado en un drama que no puede ser cambiado ni es tampoco intercambiable.
La voz los acompaña, los rodea, los sigue en el recorrido con la respiración más cercana, por momentos, a una novela breve que a un cuento, como si los límites del género llegaran a tensarse, exactamente del modo en que una frase como “La vida adora lo nuevo” hace florecer de golpe la pantalla de un teléfono celular, esté donde uno esté, en cualquier instante – se trata, ya lo dije, de la experiencia femenina del tiempo- del movimiento.
Esta semana estuve a punto de escribirle un mensaje a Moira que reprodujera una frase que no olvidé de Parto, el último relato. Nos mantuvimos en silencio esta semana, de modo que se la diré acá. El lunes estuve en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, en el bar al aire libre. En ese espacio, por motivos que no puedo explicar, encuentro un lugar en el mundo. No voy seguido, pero me sucede eso. Las misteriosas razones que tenemos para movernos, para dejar las cosas intactas. En el bar, al aire libre, leí el libro, completo, por última vez.
Y leí:
“…vos pensaste en las extrañas combinaciones que ofrecía el castellano, o la vida tal vez, la de los sueños no consumados, la de las posibilidades abiertas en el corazón de las cosas y, sin embargo, no verdaderamente abiertas, que quedan girando –apacible o furiosamente- por siempre bajo un cielo de estrellas”. Después caminé un rato, miré los árboles. Creo que es un momento en que todos miramos los árboles, nos hacemos de alguna manera la pregunta de Bertold Brecht:
¡Qué tiempos son estos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Soy muy hipermétrope ahora, de modo que debo aguzar la vista para el detalle de las hojas, de la luz, del camino que nuevamente me traerá y me llevará a un libro, y especialmente para mantenerme siempre en movimiento, para que las posibilidades abiertas en el corazón de la cosas sigan abiertas, se inventen, con rigor, intactas, y se esté a la altura de adorar lo nuevo, ya que el castellano nos ofrece esa posibilidad.

jueves, 17 de marzo de 2016

Presentación "PARTO, un tríptico", de Moira Irigoyen


Nos complace comentarles que Ediciones La Yunta publicará un nuevo libro: "Parto, un tríptico", de la escritora Moira Irigoyen.

Moira es Licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires (U.B.A). En 1997 ganó el 2º premio del concurso de cuentos "Haroldo Conti" con "Vegetaciones". Publicó la novela "En el fondo de la materia crece una vegetación oscura" ( Paradiso), el libro de cuentos Combustible (Longseller) y algunos cuentos y relatos orientados a la literatura infantil. 
Por su libro “Ese verano” (El Fin de la Noche), fue finalista del Concurso novela Página/12 2007, y obtuvo una mención del Fondo Nacional de las Artes.


El día jueves 31 de marzo a las 19:30 hs se realizará la presentación del libro, en Casa Brandon, a cargo de Gloria Peirano.

Los esperamos!!!



sábado, 12 de marzo de 2016

Encontrá tu libro Ediciones La Yunta en "La Noche de las Librerías, en CABA".

La Avenida Corrientes se convierte en peatonal entre las calles Junín y Libertad, desde las 18 hs del sábado 12/03 hasta las 01 hs del domingo, para que puedas pasear por las librerías de la Ciudad y dejarte llevar por la magia que sucede cuando abrís un libro. 

Aprovechá para encontrar tu libro "Ediciones La Yunta" y dejarte llevar por sus géneros Narrativa y Poesía. 


 

miércoles, 10 de febrero de 2016


Luna de papel, por Agustina Ortiz

Ediciones la Yunta ha publicado dentro de su serie Poesía el libro Luna de Papel de la escritora Agustina Ortiz. 

El 20 de enero de 2016 se presentó el libro en  Café L´Amar, ciudad de Munich, Alemania.


 
Luna de papel de Agustina Ortiz, editado por Ediciones La Yunta –pequeña editorial independiente argentina gestionada por tres escritores-, es un libro que me permitió entrar nuevamente –luego de la lectura de su libro de poesía anterior El eco de las sombras (México, 2012)- a su poética, a su modo de pensar el lugar de la escritura y cómo la poesía puede dar cuenta de la existencia y la experiencia de una mujer, de muchas mujeres, como las que pueblan este libro. Mujeres que me traen ecos de aquellas que están presentes en los libros de nuestras poetas favoritas, como Alejandra Pizarnik, la gran Ana Ajmátova, la sufrida Marina Tsvetáieva, por nombrar algunas. Poetas que escribieron desde la desesperación, la pulsión, el desarraigo y la soledad.

En Luna de papel se respiran esos ecos, como lectoras y lectores, nos sumergimos en una escritura que nos convoca al dolor y a la necesidad de dar cuenta de él, a la angustia y al desamparo, a la incomprensión y, también, por qué no, a ciertos atisbos de felicidad. La escritura, además, es en Luna de papel  la posibilidad de decir los secretos. Como dice Agustina Ortiz: “los secretos, esos interrogantes de familia como tapones negros de arena, arrinconados dentro de los siglos, me carcomieron la luz del pelo, el esmalte de los dientes y de las zapatillas verdes de charol”; o, más adelante, “mudez de los labios ancestrales”.La escritura es la posibilidad de conjurar los miedos, de hacer hablar a los secretos, de escribir la experiencia como forma de procesar el dolor y  como modo de construir, como dice Agustina Ortiz en Luna de papel, “memoria que comparto con otros/que salen a recorrer laberintos de palabras”. 

Las palabras, la letra, la escritura estallan, pierden sentido o se resemantizan en el decir, así Agustina Ortiz en Luna de papel  escribe “arden las palabras por donde arrastro una maleta negra” o “la muerte desmenuza los nombres” o “del aliento salen/los códigos borrosos/ la sospecha de las lenguas”.  El lenguaje, la posibilidad o necesidad de decir, en este libro, se construye también en dos lenguas, la de acá y la de allá, la propia y la ajena, en un mestizaje lingüístico que es otra de las formas de la palabra.

Luna de papel es también el cuerpo, los cuerpos, hechos escritura. El cuerpo como materialidad, con sus humores y sustancias humanas, como experiencia sexual donde una mujer tiene orgasmos y habita su sexualidad libre: “cuerpos/ tallados/ lamidos/ mordidos/ chupados/ en la embriaguez caníbal/ de todos mis hombres y de todas yo”. Como identidad en tanto “cuerpo mestizo” o “multitud de rostros/ habita mi cuerpo transparente” que deja marcas en esa mujer atravesada por las fronteras de su vida nómada. El cuerpo es también en Luna de papel objeto de violencias, puede estar marcado por el golpe o la indiferencia, es la superficie donde otros dominan y mandan desde una matriz androcéntrica y un orden simbólico machista: “En una confesión de sobremesa, sin dogma, entendí por qué el temor a los hombres y la reclusión de las mujeres en los patios de mis casas y mi rebeldía que empezó como un punto de lluvia y terminó en culebras de agua, revoloteando dentro de la fiesta con lobos”. O, en otra poesía, las mujeres “somos/ astillas de huesos/ vaginas rotas”.
El cuerpo es también lo que otros miran o ven en él y en la mujer. Es apariencia y experiencia, fiesta y desgracia, libertad y dominación: “sus ojos enredados en sus cuerpos”, “una cárcel del tamaño de mi cuerpo”.

Luna de papel nos sumerge en una vida, unas vidas atravesadas por el viaje y las distancias, el estar entre mundos, entre espacios geográficos liminares, fronterizos, ajenos, extraños. EE.UU, México y Alemania como tres topónimos que se construyen en palabras, sitios geográficos, nombres de un río o experiencias situadas a partir de marcas culturales. El nomadismo, el exilio y el desarraigo –como en El eco de las sombras- están presentes y se hace carne en Luna de papel. Cada lugar es también unos olores, unos paisajes, ciertos nombres y ciertas personas. Cada lugar es la muerte, la alegría o la soledad. Son las abuelas, la madre, un amante o un amor abandonado. La llorona, Frank Romero, Ernst Ludwig Kirchner, Venice Beach o el río Isar.

Luna de papel es un libro que lleva a un universo conocido por mí, el de aquellas mujeres poetas que decidimos hacer de nuestra literatura la experiencia de la soledad, ese habitar entre murmullos con nuestra desesperación y hacer de escribir un grito o conjuro para, a pesar de todo, elegir la vida, la escritura y la literatura.
                                                                                               Valeria Sardi