Compartimos el texto leído por Laura Estrín en la presentación del libro Erminda de Andrés H. Allegroni, el viernes 26 de septiembre de 2014:
En 1902 Jules Renard anota en su Diario: “Tengo horror al crítico que es esclavo de su espíritu independiente y que, después de haber hecho el elogio de un primer libro, se cree obligado a ensañarse con el segundo y reserva a sus amigos sus mejores azotes.
Yo seré, no malo, sino parcial. Diré mi propio gusto, que es el más falible que conozco. Ninguna teoría, ningún sistema. El libro bueno es el que me agrada. ¡Preparaos!
Sin embargo, declaro que tengo un punto de vista moral: la limpieza de alma, y un punto de vista literario: la pulcritud de estilo.
(...)
La simpatía tiene sus derechos (...)
Leeré, no para hacer crítica, sino por mi propia alegría (...)
Citaré a menudo. Diré: está bien, o está mal, sin preocuparme de explicar por qué; en primer lugar, porque eso alarga inútilmente y, luego, porque, más de una vez, no lo sabré.
Habrá que tener confianza: es obligatorio”.
Somos trágicos, eso pensé al leer por primera vez hace unos años Erminda y se lo dije a Allegroni. Él allí había anotado que "en las tragedias el hombre siempre pierde". Y no es fácil anotar las pérdidas para que se transformen en escritura y, siguiendo su propio camino, además, afecten al lector, es decir, sean un relato, una obra.
La tragedia así entendida no quiere respuestas, no quiere calmarse, abandona toda tregua, no necesita catástrofes generales, le alcanza con un día de todos los días.
Somos trágicos cuando somos los peores enemigos de nosotros mismos. Cuando nos aplicamos a nosotros mismos la maldad que creen aplicamos al mundo. Y, entonces, ese mundo se divide en esas dos miradas: la trágica y la optimista, esa que explica y sabe actuar. La trágica no quiere interpretaciones, de nada, no las soporta, no las necesita, la visibilidad de lo trágico brilla fuerte, es una “avería irreparable”. [1]
En Erminda hay un desplazarse espacial que acompaña esa vida que es grieta de pregunta y tiempo que es siempre lo que se pierde, lo que se va, lo que lo arruina todo. Erminda es un libro sobre la comprensión de la pérdida en la vida... Un libro que deja algo que no se cierra nunca, y eso lo dice el libro mismo porque Allegroni escribe intentando situar algunas cosas, asuntos tristes -diría-.
Allegroni escribe para un lector como él mismo, callado, serio, y eso arma una ética sin dobleces. Y tengo que decir estas cosas un poco duras para hablar de Erminda porque no hay mucho de qué hablar cuando un libro es un libro. No hay nada para hacer con un libro que es un libro. Hay que leerlo, aguantarlo. Nicolás Rosa decía que los libros eran inhumanos, también son dolorosos, nos duelen. Nicolás también decía que algunos de nosotros éramos insoportables: los trágicos son insoportables… (Cuando hablo de Nicolás, Allegroni siempre se sonríe, ahí dice que nos conocimos).
Erminda es el relato de una madre, de una hermana, de un hermano, de mujeres y algún hombre, de un pedazo de familia que se pregunta, se sostiene en el devaneo de esos pocos interrogantes que rodean las pérdidas. Así Allegroni asegura escribiendo: "Pobre es aquel que muerto aun busca entender el desorden de la existencia".
Erminda es una fuerza que duele y acerca a algunos lectores como yo una literatura que es un clima para escribir.
Erminda es un libro de retratos familiares, un pedazo de historia cercana, una literatura en la que se nos va la vida, el tiempo, el cuerpo. En Hospitales, su libro anterior, Allegroni había escrito: “No hay nada que sustituya los cuerpos”.
Los libros de Andrés Allegroni son argumentos de percepción lírica. Así me acuerdo cuando en ese genial Hospitales él registró que “el sol rearma los espacios”. Pero en Erminda no hay otro clima que el recuerdo familiar en forma de interrogante filoso, esa historia sentida, trágica, terrible, algo impiadoso que no se puede, a veces, dejar de narrar.
Andrés es, en su obra, desde el retrato de Fijman en Crónica de sombras, testigo de voces, de las suya propia que puede preguntar como frase abierta, a los huesos y a la sombra, qué es la muerte. Sus libros tienen una constancia, una contundencia, una insistencia en lo caído, en lo pasado, en el dolor que nos hace, nos arma y construye. Por eso había citado un decir de Ungaretti en Hospitales:
“De tantos que amé no ha quedado ni siquiera eso
pero en el corazón ninguna cruz falta
el reino más despedazado”…
Allegroni hace libros de frases que acompañan bien, como una niebla que despeja el cielo, como una sutil compañía, como cuando el tiempo no nos funciona entonces podemos ver mejor y anotar las horas del día, los pareceres difuntos, ciertas marcas propias. Libros sin mentira, con su lírica letanía, porque su cantinela es lo contrario de contarse el cuento, es el ojo en vigilia, como la persistencia de los objetos y las habitaciones familiares. Lo poco o mucho que nos anima, que nos completa aunque sean objetos rotos, como los recuerdos de familia.
Los tres libros de Allegroni registran el padecer de seguir viviendo, de continuar cuando el tiempo siempre hace lo que quiere, cuando el tiempo pasa. Y así Allegroni nos dice cosas, dos o tres, como en una conversación donde parece que no pasa nada pero se va el tiempo y la vida (y el arte). Una conversación lírica, buena y algo empacada, también, que guarda lo que queda, una literatura de impresión-expresión apretadas.
Allegroni tiene un volver a la literatura como arte, así, una de sus frases puede decirnos que "lo real se presenta informe e insidioso en la estela del reflejo detenido". Y el arte es algo raro que pasa, que nos pasa… Cada vez que Andrés me habla de este libro dice que es un libro raro ~y lo repite, y agrega~ tratá de decir lo menos posible al presentarlo. Raros y delgados son también sus libros, igual que él. Hablo del autor ~Uds. disculpen.
En Erminda Andrés Allegroni deja pasar, hace lugar a los recuerdos de su madre, a los de su hermana, a sus tíos. En Erminda la muerte recuerda la vida y el arte recuerda la vida, siempre.
Allegroni hace el libro de lo que queda: cuando no se tiene nada, se tienen recuerdos ~escribí hace un tiempo. Y los recuerdos son en Erminda una ceremonia de voces que también es una memoria de allá. “Soy de Pigüé” ~me dice muchas veces Andrés Allegroni.
Allegroni es uno de los pocos líricos trágicos que conozco. Hoy ya nadie va a los cementerios... El tiempo todo lo arruina ~escribió Graciela Schvartz~ y yo siento que el paso de los años es una verdadera tina de basura, no porque el pasado fuera mejor sino porque de lo que pasó queda muy poco, casi nada. Y a la vida, igual que a las palabras, se las lleva el viento, ese que barre todo mientras nosotros hacemos otra cosa. Pero justo ahí es cuando el viento vuelve a girar y algunos pueden escribir.
Pero lo terrible es que las voces, sus tonos, sus alturas, se pierden, ¿qué queda de la vida? Quedan algunas materias, algunos contornos, restos, ninguna voz. Erminda sigue la fugaz voz de una familia, de una madre.
Frente a la inundación de las vidas, los líricos nos aferramos a las piedra. Por eso las piedras en Erminda… por eso Rilke se quiso cosa entre las cosas. Por eso Allegroni escribe que la lengua no se pierde en la muerte, sino en la tristeza. Y Erminda es un libro triste. Ahora no recuerdo muchos libros tristes en la literatura argentina…
En la literatura argentina que leo, hay algunos otros relatos de madre, asmas de palabras respingonas algunos, los que me hicieron comprender la valentía de Morada de Valeria Sardi, el relato de una madre viva. Erminda es el relato de la ausencia presente, inquieta, interrogante, de la madre. Cómo se escribe con los padres vivos, cómo se escribe con los padres muertos –eso señala, dicen y preguntan estos libros.
Este es un relato de nombres, lo vemos desde su justo título, y es un libro entonces, de piedras, los nombres son piedras, cosas que quedan, por lo que este libro es un registro. Registro de frases, de palabras: a Allegroni le gusta poner "estirpe" ~a veces las palabras nos llevan, lo acepto Andrés, y casi no nos damos cuenta hasta mucho tiempo después de que las usamos y es entonces cuando escuchamos por primera vez cómo verdaderamente son y suenan~ y Andrés Allegroni usa la palabra “sangre”, también.
Este es un libro de muertos que recuerdan y ordenan a sus muertos y esa es la posible paz de los vivos, escribir eso. Es un libro que trae y lleva penas: ausencias y cárceles, y no hablo con metáforas. El libro tiene canciones y comidas, tormentas y pueblos y casas. Tíos que ayudan a vivir. O que roban para vivir: No es fácil vivir, por eso algunos escribimos.
En Erminda hay recuerdos dentro de los recuerdos. Anotaciones de tiempos y muertes anteriores, pero la desolación y el contento son siempre firmes y algo austeras, son consecuentes grupos de palabras.
El tiempo de Erminda, el del relato y el de la madre, da vueltas, parece que no tiene más que preguntas. El tiempo es ceniza que esparce Andrés, o es llanto. El libro agolpa horas extrañas, dolores que no pasaron, historias propias y por eso entrecortadas, escaras. Erminda cuenta de muertos que no están muertos pero tampoco viven porque los recordamos o los escribimos, viven porque no han entendido su vida y vuelven doloridos a recorrerlas en nuestro recuerdo que se hace escritura.
Tantas veces en estos años leí Erminda que tengo miedo de no verla y decirla tan linda como la sorpresa que tuve la primera vez al encontrarla, tan justa de un alma seria y silenciosa como la de Andrés Allegroni.
Laura Estrín, septiembre 2014
[1] Clement Rosset, Lógica de lo peor. Elementos para una filosofía trágica.